TAMARA DI TELLA; EMPEZAR DE NUEVO
Estudió sociología y se doctoró en Ciencias Políticas. Pero un día, abandonó los libros para armar su propia empresa y le fue bien.
Juro que si hubiese tenido que encontrarla por mi cuenta, ése era el último lugar en donde se me hubiese ocurrido mirar. Sin embargo, ahí estaba: cómodamente instalada en una mesa del boliche ubicado justo en la esquina de su spa. La imagen no podría haber sido más surrealista: parecía una actriz francesa extraviada en Buenos Aires. Sin embargo, era ella. Pero no hay de qué asombrarse. Después de todo, verla en ese escenario no resulta más extraño que ella misma, una doctora en Ciencias Políticas, ahora al frente de uno de los spas más conocidos del país.
La niña de LA BURBUJA
cá vamos a estar más tranquilas que en el spa», explica. «Y además esto me encanta, porque a mí me falta calle, ¿sabés? Me falta ‘Pompesha'», dice, imitando una pronunciación barrial que le da risa. Nacida en una familia que define como muy intelectual, con padres universitarios y una educación rígida del deber, el m familiar era muy claro: habia que «estudiar estudiar y estudiar» Imagináte: judíos, profesionales universitarios, de centro izquierda. ¿ Te da ta? Yo les salí así. .. «. Vuelve a reirse como si, en el fondo, ser una especie de oveja descarriada en una familia como la suya la divirtiera a horrores. Y algo de eso hay: es descubrir que le gusta el saberse distinta. Aunque eso haya significado alguna vez, ser presentada como «la cosmetóloga de la familia».
Pero Tamara se lo toma con humor, quizá porque está claro que durante bastante tiempo ella acató el orden familiar al pie de la letra. Tan al pie, que en eso se gastó más de la mitad de su vida: con apenas diecisiete años, ganó una beca para estudiar en el exterior y allá fue. Primero a Estados Unidos, donde completó una licenciatura en Sociología y más adelante una maestría. Después, volvió hacer las valijas y se fue a Inglaterra, esta vez a completar el doctorado en Ciencias Políticas. Así que tampoco hay por qué asombrarse si también su historia de amor huele a biblioteca y se casa, a los treinta años, con quien fuera su director de tesis, Torcuato Di Tella, sociólogo como ella y dueño de una fortuna más que respetable.
Su biografía, hasta aquí, parece la clásica fábula de la chica bien, talentosa y con dinero. La versión de la protagonista, sin embargo, es bastante distinta. «Todo lo que hice fue a fuerza de sacrificios, porque mi familia no tenía dinero. Yo vivía de las becas, así que si no estudiaba dieciocho horas por día, perdia la beca y tenía que volverme. A veces me pregunto para que estudié tanto», dice agarrándose la cabeza. como si le pesara. Sus recuerdos de esa época, sin embargo, son buenos, porque esa atmósfera de claustro universitario la hacía sentir protegida. «Yo vivía en la torre de marfil, rodeada de profesores y colegas, en un ambiente altamente competitivo, pero también muy seguro. ¿Qué te puede pasar en Harvard? Además, a mí siempre me gustó mucho estudiar e investigar. Y hoy sigo haciéndolo, sólo que ahora, en lugar de escribir sobre sistemas políticos comparados, me dedico a la celulitis, por ejemplo».
Volver a EMPEZAR
Ya casada y de regreso en el país, decidió comenzar de nuevo. Quería tener su propia empresa, pero en un ámbito completamente diferente a ése en el que se había manejado antes. Nada de universidades, ni claustros, ni publicaciones especializadas. Otra cosa. Claro que liberarse de todos los prejuicios de su entorno le tomó bastante tiempo. Cuarenta y cuatro años, para ser más exactos. «Se ve que era algo latente, y cuando salió a la luz … «. Se ríe como si estuviera reconociendo una travesura. Y a Tamara, evidentemente, las travesuras le encantan: hace morisquetas, pone voces, se divierte pronunciando mal a propósito … Y la picardía, en su momento, fue cambiar de profesión cuando nadie lo esperaba. Claro que, en este caso, se trató de una picardía con excelentes resultados. Y así cualquiera festeja …
Tardó bastante en saber exactamente a qué se dedicaría. Había, sí, tres alternativas descartadas desde el vamos: no iba a poner ni una casa de carteras, ni una boutique, ni una peluquería. «Eso lo hace cualquiera y así, ¿qué gracia tiene? Yo quería inventarme algo mío, exclusivo. Así fue como nació la idea de poner un spa urbano». Sin embargo, detrás de su idea de montar un centro de estas características no hubo ningún estudio previo de mercado. »Fue inconsciencia, inconsciencia pura. Como dicen los chicos ahora, me ‘mandé’ y con una inocencia. .. Pensá que era la primera vez en mi vida que trabajaba… Quiero decir, trabajar en serio. Porque yo pensaba que trabajar era como lo que había hecho antes, en las universidades en Estados Unidos e Inglaterra. Y no. Me desayuné con que trabajar en la vida real, y sobre todo en la Argentina, era muy diferente. Tanto, que cuando comencé con esto adelgacé como quince kilos. Pero el spa salió adelante, enseguida».
Consciente de sus limitaciones, para poner en marcha su proyecto se ocupó personalmente de contratar a los mejores profesionales en el tema, como así también de informarse sobre todo lo que implicaba este nuevo servicio. Su orgullo más grande es haber logrado instalar en poco tiempo un nuevo concepto en materia de salud y belleza; el mismo nombre de spa, recuerda, era prácticamente desconocido por esa época. «Le decían ‘spack’ o cosas así. Pero al poco tiempo de comenzar fue un aluvión, porque era el primer lugar de este tipo y porque además tuve muchísima prensa. El primer año, entonces, empezó bien arriba; después hubo una meseta y al final me agarró el tequilazo. Pero me lo tomo con esta filosofia porque nunca pasé la línea del rojo «, reconoce.
Raro -o no-, ella no encuentra el más mínimo rastro de frivolidad en lo que hace. En primer lugar, porque define al spa como la quinta escencia del servicio, algo por lo que siempre sintió una inclinación muy especial. Y también porque su tarea al frente de este centro implica una dedicación y un ritmo de trabajo aún más exigentes que los de su etapa como catedrática. Busca, investiga y lee cuanto puede sobre belleza y salud. Viaja buscando novedades y, cuando no, se dedica a crearlas ella misma. Por eso, a veces, la hora de cenar la sorprende metida adentro del precioso petit-hotel en donde funciona su empresa. Lo cual, entre otras cosas, le trae como consecuencia la queja constante de sus dos hijos: Sebastián, de catorce, y Carolina, «Titina», de trece. Según Tamara, la acusan de «no estar nunca»y de «no dar bola». Y ella admite que tienen razón. «Pero, ¿sabés qué? Los dos son re-estudiosos, les va bárbaro. .. Quizás, si nos les fuera tan bien … «.
La importancia DE LLAMARSE
dische mame al fin, Tamara ahora revuelve su cartera y muestra las fotos de sus polluelos. «Este es Sebastián, estudiando. Bah, siempre está estudiando, él … Esta es Titina. Mirá qué nariz. Ni Leonardo da Vinci la hubiera podido esculpir mejor». Prende otro cigarrillo y -ya con la confianza supuestamente derivada de haber compartido un segundo té comento que, en realidad esperaba encontrarme con otro tipo de persona. «No sé, quiza alguien más ‘aseñorada’ … «, trato de explicarle. La reacción, una vez última que hubiera e pe- que primero finge un puchero después se toca el pelo «y eso que había ido a la peluquería» Hasta que, finalmente capta la idea. «Ah, ya veo. Lo que queres decir es que no soy ‘solecne’ ¿no?».Eso mismo. «Es que, ¿sabés lo que pasa? No encaja con el apellido Di tella ¿que son?: ¿ heladeras? ¿Es una Universidad? ¿Es gente que hace hapennings los sábados a la noche, con Marta Minujín?». Ni siquiera ella lo sabe. Lo que sabe es que muchas veces, ese apellido fue traba. «Hay muchas cosas que no puedo hacer justamente por ser quien soy. Pedir, por ejemplo. Yo pun! pero pedir no. Porque, si te llamas Di Tella, olvidáte de pedir».
Pero lo que quizá más le moleste sea la eterna sospecha de «contactos» o «influencias» que o vuela cada uno de sus logros personales. «¡Bullshit!», grita indignada. »Estoy trabajando todo el tiempo. Aquí hay que inventar cosas nuevas y constantemente, así que si no estoy haciendo notas, estoy escribiendo un l¡bro o haciendo asociaciones de marc o … «. La lista sigue.
Por lo pronto, acaba de publicar un libro sobre celulitis y tiene en carpeta un par de proyectos más sobre los que -quizá por cábala- no quiere dar mayores datos. Asi que vuelve sobre las fotos de sus hijos, esta vez para decir que le encantaría que también ellos se fueran lejos. «Se van a ir, como que hay Dios. Los chicos tienen que volar, tienen que irse. Mi papá tenía un dicho. un buen padre es como un arco: mejor padre es cuanto más lejos tira la flecha». Y mirando a Tamara, una no puede menos que darle la razón.