TAMARA DI TELLA; LOS QUE REINVENTARON SU VIDA
A veces es una elección. Pero casi siempre todo comienza frente a una situación límite: la muerte de familiar, una enfermedad, un divorcio, un nuevo trabajo, irse a vivir a otro país…
Y pese al dolor y al miedo al futuro, se animar a cambiar, a ser otros, a repensar cómo quieren vivir.
Hace tres años, Arne Bergsvik (43) -un ingeniero naval que tenía un trabajo seguro, estable y muy bien pago como gerente de abastecimiento y logística en Sanyo- sintió que su vida no tenía sentido. Trabajaba 14 horas y estaba tan estresado que no podía gozar de su tiempo libre. Casado desde hace cinco años y padre de dos hijos (Astrid, de tres años, y Axel, de uno y medio), decidió que no podía seguir soportando tanto desgaste. «Estaba 14 horas por día encerrado en una oficina. Tenía muchísimas presiones. Vivía agotado y sabía que eso no era lo que quería para mi familia… Por eso me planteé seriamente qué estaba haciendo con mi vida». Después de hablarlo con su mujer, Mónica Canceló, Arne presentó la renuncia.
Para ella, una experta en organización de congresos, la decisión de cambio no fue fácil. «Trabajaba 9 horas diarias afuera de casa… ¡Y me gustaba lo que hacía! Sabía que a las 6 de la tarde estaba con mis hijos y siempre me sentí bien siendo una profesional. Pero al ver que mi marido estaba tan mal pensé que tenía que ayudarlo».
Así fue que, después de estudiar varios negocios, surgió la idea de poner un hotel en Cariló, el lugar donde la familia veraneaba desde hacía 5 años. Arne consiguió tres socios y les pidió que pusieran la plata. «Ustedes se encargan del capital, y yo me voy a vivir al lado del mar y me encargo de que todo en el hotel funcione». Cerraron trato, vendieron su departamenteo de Caballito y otro de soltera que tenía Mónica en Palermo, y pusieron manos a la obra en la construcción del hotel. En septiembre pasado se mudaron definitivamente a Cariló y esta temporada Playa Inn abrió sus puertas con 32 habitaciones y capacidad para 64 pasajeros. «Ahora trabajo más horas que en Buenos Aires, pero rodeado de pinos», dice Arne y mira a través de su oficina con paredes de vidrio, ubicada en el medio del bosque.
BARAJAR Y DAR DE NUEVO
«¿Te volviste loca? ¿Cómo vas a tirar tantos años de estudio para ser una cosmetóloga?»‘, preguntaron azorados los familiares de Tamara Di Tella cuando ella les contó lo que había decidido. Tenía, entonces, 45 años. Había vivido, de los 17 a los 30, un verdadero rally académico: licenciatura, master y doctorado en Inglaterra y Estados Unidos. «Era una rata de biblioteca», dice hoy. Y todo con el objetivo de ser una gran profesional del marketing y las ciencias políticas.
De regreso a la Argentina se casó, tuvo a Carolina y a Sebastián, y se dedicó a ellos. Y cuando se dio cuenta de que había llegado el momento de retomar su carrera, sintió que su vocación estaba en otro lado. No lo dudó: la salud y la belleza eran lo suyo.
«Por primera vez, me dejé llevar por la intuición -cuenta Támara-, Y aunque era un riesgo, sabía que iba a tener éxito. Pero este cambio no significó tirar por la borda todo lo que había hecho… Sigo investigando: la diferencia es que en lugar de escribir acerca de sistemas políticos comparados, lo hago sobre colágeno -bromea, pero enseguida se pone seria para dejar claro que-, mi formación fue lo que permitió llevar adelante esta empresa». Y sin duda así fue. No por nada la gente sabia asegura que todo lo que se aprende sirve, y que a veces hace falta recorrer un largo camino para encontrar la verdadera vocación.
Pero lo cierto es que cuando nos topamos con gente que ha cambiado radicalmente su estilo de vida, lo primero que se nos cruza por la mente es: «¡Qué locura! ¿Cómo se animó?»
El médico psiquiatra Jorge Alberto Rocco explica que «desde que nace, el ser humano es un constante buscador de placer. A lo largo de la vida atravesamos sucesivamente períodos de estabilidad y de crisis. En los primeros, podemos sentirnos conformes o disconformes y, según eso, buscamos o no el cambio.
Por lo general, las personas que se deciden a dar un giro a sus vidas no se paralizan por el miedo. Esto se debe principalmente a que no están pensando en tener éxito, sino en hacer lo que quieren, lo que de verdad desean. Es el proceso y no el resultado lo que determina el cambio».
A Barbara Hasenmüller, una alemana de 27 años que desde hace siete meses vive en nuestro país, no la caracteriza la cobardía. «Siempre me había interesado conocerla Argentina -cuenta-. Por eso, desde mi país, mandé mi curriculum a distirtas empresas y en cuanto conseguí trabajo, hice la valija y me despedí de Alemania». Barbara es traductora (habla perfectamente nuestro idioma, además de inglés, francés y alemán, claro) y está trabajando en el área de recursos humanos de Siemmens. «Mis padres no querían que me fuera. Pero yo creo que uno tiene que hacer lo que siente. Y yo estaba convencida de que este lugar me iba a gustar. ¿Si extraño? Bueno sí… Un poco. Sobre todo en las fiestas… El Año Nuevo siempre lo había pasado con amigos, y aunque no la pasé mal acá, la verdad es que lo sentí un poco».
Parece obvio decir que cada vez que hacemos una elección, estamos desechando una posibilidad. Es lo que los economistas llaman «costo de oportunidad»: nos perdemos de algo, por hacer otra cosa… Que en ese momento nos parece mejor.
Los Bergsvik lo vivieron en carne propia hace un par de semanas. Un accidente que sufrió su hija les mostró una de las desventajas de haber dejado Buenos Aires. «Astrid se clavó un. picaporte en el paladar. Había que operarla de urgencia, y en Pi-namar no hay anestesista para chicos. Tuve que salir volando con la chica ensangrentada a Mar del Plata», relata Mónica, todavía angustiada.
EL LLAMADO INTERIOR
El padre José Resich es lo que podríamos llamar un experto en esto de cambiar de vida. Cuando estaba a punto de ordenarse sacerdote, dejó el seminario (en el que había pasado los últimos once años) por una mujer. «Me enamoré -dice con la tranquilidad de los que tienen paz interior-y, aunque sabía que mi vocación religiosa era verdadera, estaba seguro de que Graciela era la mujer de mi vida. Y no estaba dispuesto a perderla. Así que dejé todo, conseguí trabajo como pintor y el primer día de novios le propuse matrimonio». Ella aceptó. Al tiempo de casarse, él se puso a estudiar medicina {«era otra forma de servirá los demás», dice). Tuvieron a Matías y fueron muy felices hasta que se enteraron de que Graciela padecía una grave enfermedad. Poco antes de que muriera, José le dijo que cuando se quedara solo, tomaría los hábitos. Ella estuvo de acuerdo. Y Matías, que por entonces tenía 16 años, también. «Hasta que él fue mayor seguimos viviendo juntos. Ya había sufrido una pérdida y yo no quería causarle otra», recuerda el padre José, que hoy reparte sus horas entre el Hospital Duran, el Benito Quinqueia Martín y su capilla de Ferrari que tiene un comedor comunitario donde comen 190 personas todos los días.
LA METAMORFOSIS DUELE
Faltaba un mes para la boda de Gladys Oubeid cuando su único hermano varón murió a causa de una aneurisma. ‘Mi vida hasta ese momento era perfecta y de repente, todo se derrumbó. Sergio tenía 25 años y yo no podía creer que hubiera muerto». Pese a que todavía se encontraba en estado de shock y no tenía tuerzas para nada, Gladys accedió al pedido de sus padres de mantener la fecha de casamiento. «Ellos no querían que mi vida se detuviera por lo que había pasado… Así que Carlos y yo nos casamos en un clima de tristeza».
Enseguida quedó embarazada. Y sintió que ese era un motivo para no permitirse caer. Fue en esa época, cuando empezó a descubrir una faceta oculta en la personalidad de su hermano. «Amigos, conocidos, y gente que yo nunca había visto, se acercaban para decirme que mi hermano había sido un ser muy solidario. Un hombre de condición humilde, vino a saludarme y me contó que Sergio le había comprado una heladera porque él no tenía plata. Cuando me fui enterando de todas esas cosas, decidí que tenía que continuar su obra. Así que ahora ayudo a la gente que más lo necesita a través de la Fundación Sergio Ou-be/’d», cuenta Gladys
Para Laura J., también fue el sufrimiento lo que inició el camino de cambio. Hace cinco años se enteró de que tenía cáncer. En enero del ’92 se sometió a una operación intestinal que resultó exitosa, y desde aquellos días de internación su vida se transformó: «Yo vivía a mil, trabajaba muchas horas, y el hecho de tener que quedarme en cama me obligó a parar. Reconocí que no era imprescindible. Entonces tenía 48 años y tuve que hacer un balance, porque pensé que podía morirme». Laura está casada con Mario (59) y tienen dos hijos: Germán (21) y Valeria (24). Ellos tres, junto con otros familiares y amigos, fueron su gran apoyo en los momentos más difíciles. Y, aunque suene terrible, hoy agradece a la enfermedad el hecho de haberla conectado con los afectos de una manera más profunda.
EMPEZAR DE CERO
El psicólogo Horacio Serebrinsky señala que «la mayoría de las personas tenemos tendencia a resistirnos a los cambios. Por eso, muchas veces intentamos a toda costa mantener las cosas como están, y nos decidimos a cambiar cuando llegamos a una situación límite». Tal fue el caso de Elisa Franco. Ella estuvo casada durante 20 años y se separó hace tres. «La relación no funcionaba, pero yo no quería verla realidad y sostuve esa situación durante muchísimos años. Era terrible porque ya no había respeto, nos agredíamos todo el tiempo… Pero yo ponía toda mi energía en el trabajo y me negaba a escucharme a mí misma», reconoce. Las cosas cambiaron cuando Elisa conoció a otro hombre. «Tuve una relación paralela durante un tiempo y eso me hizo darme cuenta de que podía tener otra vida. Pero me costó decidirme. Tenía la ilusión de que podía rescatar mi matrimonio».
No fue así. Y un buen día Elisa optó por el cambio. «Me armé un bolsito y me fui. Realmente había tocado fondo. Mi negocio había quebrado, no tenía casa… Tenía que empezar de cero». Y lo logró. Consiguió un nuevo trabajo, ama al hombre que tiene a su lado y dice que se siente «otra persona».
Porque, cuando de sentimientos se trata, lo importante es escucharse. Y aceptar que una también merece otra oportunidad.
María Laura Ferro y Magdalena Tagtachian (desde Cariló)