ENTREVISTA A TAMARA DI TELLA
Es hija de un inmigrante judío, especialista en neuropsiquiatría. Ella obtuvo títulos en Massachusetts, Oxford y Harvard. Y un lugar indiscutible como empresaria en el reino del Pilates y la belleza femenina.
Mi camino propio empezó a los diecisiete años, cuando llegué a los Estados Unidos, a estudiar”, evoca Támara Di Tella. “Antes de eso, no tenía un ego sólido. Era la más chica; mis hermanos eran más capaces. No sabía .quién era ni qué estudiar. En los Estados Unidos cambió el foco de mi vida y nació Támara: descubrí qué quería hacer en la vida. Quería estudiar”.
Periodista: Y estudiar mucho.
Támara Di Tella: Yo era una obsesionada. Me convertí en una workaholic total del estudio. Me decidí por Ciencias Políticas. Esto era en Boston. Tengo un recuerdo muy fuerte del primer día de clases. Había unos 10.000 alumnos. Yo iba con mi formulario de una ventanilla a otra para anotarme en las clases. No sabía cómo se hacía, un mundo que no conocía y en otro idioma. Me impactó mucho. La vida empezaba y terminaba en la universidad.
Periodista: ¿Pensaba dedicarse a la investigación?
Di Tella: Claro. Yo quería ser una universitaria como lo era mi familia: una familia de universitarios. Empecé en la Universidad de Massachusetts. Después, seguí en la London School of Economics; tomé todos mis cursos en Oxford y los exámenes los di en Harvard.
Periodista: ¿Cómo es que llegó a Boston a los diecisiete años?
Di Tella: Mi hermana, Graciela Chichilnisky, cinco años mayor que yo, estaba en el Massachusetts Institute of Technology (MIT) haciendo un PhD (doctorado) en Matemática. Había llegado con una beca de la Fundación Ford. Se fue de la Argentina con la Noche los Bastones Largos. Y mi papá dijo: “Que vaya Tamarita”. Así que terminé el secundario y me fui a Boston. Vivía en Cambridge con una familia como “au pair girl” (asistente doméstica).
Periodista: Es decir que creció en un clima de esfuerzo intelectual.
Di Tella: Totalmente. Pero yo no fui muy buena estudiante en la escuela primaria y secundaria. O no era tan buena como lo habían sido mis hermanos. Cuando tuvieron que decidir su carrera, ellos estaban indecisos. Papá les planteó por qué había que estudiar una sola carrera. Y se anotaron en dos cada uno. Las cursaban al mismo tiempo. Y se recibieron en el tiempo justo en las dos: los dos en Matemática; Graciela, además, en Filosofía y Letras, y Alberto, en Ingeniería. El mandato intelectual estaba dentro mío pero me costaba competir con mis hermanos. En los Estados Unidos me liberé porque mi hermana no estaba cerca y mi hermano llegó después. Pude ser yo.
Periodista: Estudiar en los Estados Unidos es caro. ¿Cómo financió sus estudios?
Di Tella: Todos tuvimos becas por nuestras notas. Papá
sólo me mandaba 150 dólares por mes. No me alcanzaba. Eran los años 60: había muchas posibilidades de becas siempre que tuvieras buen promedio.
Periodista: Hoy es más habitual irse a estudiar afuera. No era tan común por entonces y menos en el caso de una joven de diecisiete o dieciocho años.
Di Tella: Era rarísimo. La carrera de grado se hacía acá pero papá decía que no era serio hacer un posgrado en la Argentina. Había que irse a Europa o los Estados Unidos. Ese fue el caso de mis hermanos. Lo mío fue distinto: hice la carrera de grado en los Estados Unidos. Obtuve el título de bachelor in Science. Viví una transculturización total. En el medio, entre los diecinueve y los veinte años quedé huérfana de madre y padre.
Periodista: Boston es el disparador de la verdadera Támara. ¿Pero dónde se había ido preparando esa Támara?
Di Tella: Papá fue profesor universitario, titular de la cátedra de Neuropsiquiatría de la Facultad de Medicina de la UBA. Tiene libros médicos publicados. Mi mamá estudió medicina hasta que se casó. Se llamaba Raquel Davensky.
Periodista: Su padre era un inmigrante.
Di Tella: Sí, llegó de Rusia a Entre Ríos a los trece años. Fue subsecretario de Salud Pública en la primera presidencia de Perón.
Periodista: ¿En su casa estaba enunciado ese clásico discurso de la clase media luchadora de “estudia porque es el único legado que te dejo”?
Di Tella: Sí, estaba muy asociado con todo un pensamiento de inmigrante judío: esa sensación de que te pueden echar en cualquier momento pero que vos tenes tu título bajo el brazo, que te lo llevas a cualquier país. Porque la familia de mi papá se había escapado de Rusia. Se fueron en mitad de la noche. Salieron como pudieron. Se escaparon en una carreta y empezó a llover. Iban por el medio del campo. Se encajaban las ruedas, el traqueteo, eran como siete hermanos, perdieron un bebé. Un chiquito se cayó, quedó ahí en el camino, no pudieron volver a buscarlo. Una cosa terrible: no podían poner en riesgo a los otros hermanos. Te estás escapando por la frontera, de noche.
Periodista: Y con esta historia familiar, el título universitario funcionaba como una suerte de salvoconducto.
Di Tella: Yo tengo otro recuerdo muy fuerte. A papá le gustaba caminar por toda la casa -el consultorio estaba en la casa- y entraba, nunca golpeaba, a tu cuarto y decía: “Estudia hija, estudia, estudia, estudia”. Cerraba la puerta y se iba. Eso me marcó mucho. Un rezo desgarrado, como con esfuerzo. Él llegó a la Argentina ya grande. Venía de una familia muy culta. El padre era rabino. Papá hablaba y escribía hebreo pero no sabía leer ni escribir en castellano.
Era analfabeto. Tuvo que hacer la primaria mientras trabajaba, de noche. Después, la secundaria, con materias libres. Tuvo el primer surmenage a los dieciséis años. Vivían en el campo de Entre Ríos. El padre rabino hizo su colonia y tenía su sinagoga. Mi padre se levantaba a las 5 de la mañana y caminaba hasta la escuela.
Periodista: Pudo no haberlo hecho. Pudo haberse dedicado a trabajar.
Di Tella: Hizo toda la primaria libre en dos años y medio y la secundaria, en dos años y medio en un idioma que no conocía mucho. Después entró a Medicina. En esa época los judíos no estaban muy bien vistos. Tanto Medicina como Abogacía eran carreras reservadas para las clases altas.
Periodista: ¿Por qué se fue a Londres?
Di Tella: Porque la London School of Economics era excelente. Recibí una beca muy buena. Fue otra etapa muy importante de mi vida. Fueron casi tres años. Maduré. Me focalicé. Terminaron las clases y enseguida volví a los Estados Unidos.
Periodista: Tenía que hacer una tesis.
Di Tella: No, pero tuve exámenes finales muy difíciles: duraban una semana, ocho horas por día. De 8 de la mañana a 5 de la tarde, de lunes a viernes.
Periodista: ¿Se cuidaba la figura? ¿Ese era un tema para usted?
Di Tella: Ni pensaba en eso. Era flaquita, perfecta. No me maquillaba. Yo vivía en mi burbuja. Terminé las clases en julio. Me habían aceptado en Stanford. Quería hacer un doctorado de cinco años más.
Periodista: ¿Cuándo llegó el quiebre que le abrió otro mundo?
Di Tella: Cuando me casé, viajábamos mucho. Después llegaron los chicos y me convertí en una mamá full time y Torcuato empezó a viajar solo.
Periodista: ¿Le alcanzaba la vida del hogar?
Di Tella: Sí. Me dediqué siete años full time. Cuando los chicos fueron más grandes, me propuse hacer algo porque si no me iba a deprimir. Ya no me interesaba la vida académica. Ahí tuve la idea del spa.
Periodista: De esa vida pasada de académica hecha y derecha, ¿qué sirvió para construir ese nuevo mundo de empresaria?
Di Tella: El estudio. Porque si sobrevivís y haces tu carrera en universidades como Harvard, Oxford, Stanford y la London School of Economics, podes hacer cualquier cosa en la vida. Es el servicio militar. Te enseñan la disciplina de trabajo. Cultura anglosajona: primero el trabajo, después la familia. Y te aplauden la creatividad, te la fomentan, te la empujan y te la protegen.
Periodista: ¿Cómo fue el momento en que la Támara académica se convirtió en un referente de la salud y la belleza femenina?
Di Tella: Empecé a elucubrar la idea del spa en el año 90. Buscaba un producto que no existiera en la Argentina. No existía ni la palabra spa. Me costó dos años darle forma a la idea y la lancé en el 97. Inventé
un montón de tratamientos como el peeling basado en porrage. Es el típico desayuno inglés: leche con avena, revolvés mientras se hierve, lo sacas cuando ya es una crema y le agregas mucha azúcar. Con eso se aseaban los londinenses durante las dos guerras mundiales porque la cebada tiene una cascarita que raspa la piel. Supe de esta técnica en Inglaterra por la abuela de la casa donde yo paraba mientras estudiaba. Treinta años más tarde me acordé de esa historia de mis años de estudiante.
Periodista: ¿Por qué el Colegio Bayard para la primaria de sus hijos?
Di Tella: El Bayard queda muy cerca de casa. No me importaba si iba gente acomodada o no. Era bueno. Me lo recomendó Manolo (Manuel) Mora y Araujo. Es bilingüe y con doble escolaridad.
Periodista: ¿Por qué el Nacional de Buenos Aires para el secundario?
Di Tella: Los chicos quisieron ir. Habían escuchado hablar del Buenos Aires y la referencia siempre era la misma: es lo mejor que hay. Los dos entraron con muy buenas notas. Sebastián creo que entró número 15.
Periodista: ¿Sueña para ellos un futuro académico?
Di Tella: No especialmente. Pero lo académico está muy presente en Sebastián.
Periodista: Es decir que para ellos, una especie de herederos jóvenes, con una historia familiar de prestigio económico, social y educativo, estudiar sigue siendo el legado.
Di Tella: Ese es el legado. Sebastián terminó su licenciatura en Economía en la UBAy siguió con un máster en Economía para después hacer un doctorado afuera. Es lo que mamaron en la vida: la formación.
Periodista: ¿Sus hijos hablan inglés?
Di Tella: Perfecto. Cuando eran muy chiquitos, yo les hablaba mucho en inglés aunque ellos me contestaran en castellano. Carolina habla sin acento. Sebastián, no. Él habla con acento.
Periodista: ¿Le importa mucho el tema del acento?
Di Tella: En absoluto. Me importa que se comuniquen. Sebastián puede expresar conceptos abstractos. Y con un poder de síntesis, con palabras que no cualquiera usa.
Periodista: A este livíng debe venir gente muy interesante
a conversar.
Di Tella: Sí, interesantes. No ricos. Sí intelectuales.
Periodista: ¿Cómo pesa eso en la vida de un chico?
Di Tella: Ellos tienen una idea muy distorsionada. Ni se
dan cuenta. No lo aprecian. Vino Paul Krugman, el famoso economista. Dio una charla en el Sheraton. Cuando terminó, fue Sebastián, con dieciocho años, se acercó y, sin siquiera presentarse, le dijo qué interesante su charla, esto de que la globalización no va a funcionar y lo invitó a casa paraque siga desarrollando sus ideas. A Sebastián le pareció lomás natural del mundo.
Luciana Vázquez.